martes, 23 de noviembre de 2021

Estructuralismo y postestructuralismo




El estructuralismo es un enfoque filosófico afín a diversas ciencias y disciplinas, que propone el análisis de un objeto o sistema como un todo complejo de sus partes relacionadas entre sí. Es decir, y como su nombre lo indica, se propone la identificación de las estructuras que componen el objeto de estudio, sea el cual sea.

Es importante entender que el estructuralismo no es una escuela concreta de pensamiento, como puede ser el marxismo o la fenomenología, sino que es un enfoque de investigación, muy empleado en las ciencias sociales.

Durante la segunda mitad del siglo XX se popularizó hasta convertirse en el más usual a la hora de estudiar el lenguaje, la cultura y la sociedad.

El postulado central del estructuralismo es que el significado de las cosas está determinado por su estructura interna, o sea, por el conjunto de sistemas que operan en su interior y que pueden ser estudiados por separado.


En ese sentido, la novedad de este enfoque no fue el de introducir la idea de estructura, que ha estado presente en el pensamiento Occidental desde sus inicios, sino emplearlo para eliminar cualquier concepto central que ordene la realidad, como sí ocurría con las ideas platónicas: la religión ordenaba el mundo en torno a Dios y la fe, por ejemplo.


El método de estudio estructuralista puede emplearse para muy diversos campos del saber, que van desde la psicología, la literatura y el arte, hasta las matemáticas y la antropología. En cada uno de esos campos del saber, se creó una escuela de pensamiento estructuralista distinta a las de los demás.

Características del estructuralismo

El estructuralismo se caracteriza por lo siguiente:
Plantea que todo está compuesto por estructuras, y que el modo en que las organizamos los seres humanos, son lo que produce el sentido y el significado de las cosas. También plantea que las estructuras determinan la posición de los elementos dentro del sistema, y que dichas estructuras, además, subyacen, se hallan por debajo de lo aparente.
Por lo tanto, el método estructuralista es el que parte en busca de dichas estructuras invisibles, para traerlas a la luz y explicar cómo opera el sistema que hay dentro del objeto de estudio.
Puede llamarse “estructuralista” a prácticamente todo análisis que persigue las estructuras subyacentes de un fenómeno humano.
El estructuralismo fue una herramienta sumamente útil durante el siglo XX en el desarrollo de las ciencias sociales.
Engendró escuelas de pensamiento específicas dentro de la lingüística, psicología, literatura, antropología, sociología, entre otras disciplinas.

 
Representantes del estructuralismo

Dos autores son considerados centrales en la constitución del estructuralismo y sirven, por lo tanto, también de ejemplos de la puesta en práctica de estos conceptos:
 el lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913) y el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009).
Ferdinand de Saussure se hizo célebre por su Curso de lingüística general (1916), una publicación póstuma fruto de sus años de enseñanza superior en París, y que sentó la piedra fundacional para la lingüística estructural, que es como hoy en día conocemos a la primera lingüística moderna. 
En ella, es central el sistema que Saussure propone para pensar el lenguaje, constituido a partir del significado y el significante, las dos partes de todo signo, inseparables, opuestas y complementarias.
Claude Lévi-Strauss, es muy posterior, y se convirtió en una figura central en su disciplina a mediados del siglo XX, como fundador de la antropología estructural, cuyos fundamentos se basaban en lo desarrollado antes por Saussure y por la escuela del formalismo ruso (en específico, por Roman Jackobson). Fue célebre su tesis sobre las “estructuras elementales del parentesco”, primer intento exitoso por aplicar el pensamiento estructuralista al campo antropológico.

 
Estructuralismo y funcionalismo

El funcionalismo es una corriente teórica surgida en la Inglaterra de 1930, y vinculada a la obra de Émile Durkheim (1858-1917). Su precepto básico es la comprensión de la sociedad humana como un “organismo”.

En tanto organismo, la sociedad es capaz de poner en marcha los procesos necesarios para protegerse: lidiar con conflictos e irregularidades, regir el equilibrio social, otorgando a sus partes un cometido dentro del sistema social.

Por esa razón, se le conoce como funcionalismo estructuralista, especialmente las corrientes posteriores que la antropología social británica desarrolló, gracias a las investigaciones de Bronislaw Malinowski y Alfred Radcliffe-Brown, pero también por el sociólogo estadounidense Talcott Parsons




Dos bandos (entre muchos) que en las últimas décadas tratan de entender y comprender la actualidad: “estructuralistas” y “post-estructuralistas”. 

En cuanto a los primeros, la balanza explicativa se inclina abruptamente hacia un concepto clave: “estructura”. De tal forma, estos autores consideran que lo trascendental no se encuentra ni en la experiencia, ni en el sujeto en sí mismo (éste es marginado de la operación analítica); toda conclusión de las sociedades tiene que ver con una estructura social que determina, a mayor o menor grado, lo que un individuo (o un grupo de individuos) puede pensar, saber, decir y conocer.



La pregunta, así, se dirige a “qué estructura se tiene aquí”, o en otras palabras, a reconocer de manera profunda las características del cimiento social que sostiene a la sociedad; para así, después del diagnóstico, intervenir en la realidad desde un reconocimiento conceptual del esqueleto o estructura que represente de manera exacta y fidedigna la situación socio-histórica del mundo. Un ejemplo: la semiótica, contenida en el estructuralismo, centraría su estudio en comprender el código y no el mensaje; en el orden y la combinación de las palabras.



En cambio, los post-estructuralistas tienen algo más que decir, sin que esto implique necesariamente un ataque frontal al estructuralismo. A estos autores, no les molesta el término “estructura”, pero son un poco menos radicales en sus explicaciones, ya que a pesar de que asumen la existencia de estructuras que se yuxtaponen unas con otras produciendo el marco en el que los individuos se mueven, esto no quiere decir que todo se reduce a ellas. Se puede argüir que este lente difumina un poco el imperio estructural, otorgándole un valor al sujeto, o más bien, al hacer y decir en el acontecer histórico. El cuestionamiento, desde aquí, se dirige al “cómo se forman estas estructuras”: a la intervención, los efectos y los modos de participación que tiene la estructura, los actores que en ella se encuentran e interactúan, y sobre todo, la historia (actor principal de la obra).



En síntesis, se podría decir que el post-estructuralista argumentaría que si bien es cierto que todo acto o dicho se circunscribe dentro de un marco definido y dependiente de una estructura social, es en el mismo momento en que estas prácticas y discursos operan en donde se produce el cambio. Finalmente, la estructura y la agencia del sujeto están implicados entre sí, dentro de un proceso inter-relacional. No hay producto (ni estructura ni sujeto por separados), sólo hay un proceso en constante devenir y cambio, un juego de relaciones montadas sobre la nada.



Piénsese en un ejemplo que explica las relaciones de poder actuales: Fernández Liria vs Foucault. El primero, lector apasionado de Marx, Freud y del mismo Foucault, asume la noción “poder” como una estructura independiente. El segundo, lo piensa desde el ejercicio, el sometimiento y la dominación disciplinaria. Uno se dirige al “qué”, el otro al “cómo” y “qué efectos”. Por una parte deducción conceptual, por otra descripción minuciosa. Por tanto, para Fernández Liria, el capitalismo es una estructura independiente y soberana que no necesita ejercerse para tener un efecto en la realidad humana. Uno nace obrero sin la necesidad de que se le apliquen una serie de ejercicios minuciosos y constantes para convertirlo en un esclavo del capital. Si un “obrero” deja de trabajar no significa que deja de ser “obrero”, sino que es un “obrero en paro”. Su definición depende de la estructura capitalista que se relaciona con otras estructuras (edípica, por ejemplo).



En cambio, para Foucault, el poder no puede localizarse en un determinado punto, éste está en todos lados. Es el producto de las interacciones entre individuos, prácticas, discursos e instituciones. El poder no se tiene, se ejerce; es la tensión de la relación lo que permite que un individuo esté en una posición de dominación (y el otro de dominado). La estructura capitalista no impera sin impedimentos, su importancia o eficacia depende de las acciones de los participantes que van moldeando la estructura desde la lógica colectiva, más no individual.



Dos formas (entre muchas) de estudiar la realidad, y en este caso, entender las relaciones de poder. Habrá que pensar qué mirada permite la comprensión de los fenómenos actuales de mejor manera; pero ojo, esto sin llegar a conclusiones disyuntivas (esto o esto), sino conjuntivas (esto y esto). De entrada, desde el estructuralismo se podría deducir la relevancia de los modos de producción y la economía capitalista en el mundo. El capital, como estructura, explicaría el intercambio de bienes y la producción a partir del plus-valor, al grado que los sujetos que se encuentran en estas condiciones son más seres generadores de plus-valor que personas con estructuras edípicas, o familiares, o sujetos con necesidad de tiempo libre. Al lado de ello, el post-estructuralismo permitiría el entendimiento de los cambios históricos en las relaciones de poder, describiendo la manera en que las tecnologías políticas de poder (junto con sus dispositivos y mecanismos) adquieren múltiples formas que construyen posiciones dominantes y subyugadas.

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